lunes, 24 de octubre de 2011

De extranjero a mesías, una nueva heinleiniada (II)

Heinlein, Robert A. (1961)

Forastero en Tierra Extraña (Stranger in the Strange Land)

Traducción de Domingo Santos.

Plaza & Janés, Barcelona, 1998.


[Segunda entrada: continuativa de la anterior]


En la anterior entrada empezábamos a analizar una de las obras de Heinlein más conocidas, Forastero en Tierra extraña, y cuestionaba yo las virtudes achacadas a esta novela. Mencioné el largo periodo de gestación que tuvo esta extenso y magno clásico del género, y buscaba después características apreciables al común de la obra de este autor estadounidense.

Dado el largo proceso de escritura de este novela, pregunto: ¿hay contradicciones internas en el contenido, en las ideas que plasma en ella? La ideología de Heinlein está palpable como en el resto de sus obras, aunque quizás más en esta porque la longitud de Forastero en tierra extraña permitió al escritor estadounidense explayarse más en sus ideas personales sobre la sociedad que le rodeaba. Aún así, dejemos por un momento de lado las diferencias políticas plasmadas en sus novelas, antes indicadas, y que tan controvertido le hicieron en su momento.


Así descubrimos que, si algo caracteriza a Robert Anson Heinlein, es la defensa a ultranza del individuo, detalle que le atraería de las reivindicaciones de esos movimientos juveniles. Si algo defienden los personajes de esta obra es su identidad y libertad frente a las normas establecidas, especialmente de índole sexual. Se trata de un individualismo extremo que se desprende del lema “Tú eres Dios”, forma en que se saludan los integrantes de la iglesia creada por Smith. En palabras del periodista Ben Caxton: “-Mike no es gentil, Jubal. Matar a un hombre no le preocuparía lo más mínimo. Pero es el anarquista definitivo..., encerrar a un hombre es una incorrección. Libertad para uno mismo..., y absoluta responsabilidad personal para uno mismo. «Tú eres Dios»” (790).


Ahora bien, la mayor parte de la crítica en la novela se centra en las intituciones eclesiásticas como centros de hipocresía que se deleitan en imposiciones morales a individuos, reglas éticas sobre lo que se puede y no se puede hacer, aunque sus máximos representantes practiquen los actos que ellos mismos denuncian como ilícitos. Todo es una ironía donde Heinlein se ríe abiertamente del discurso de la doble moral tan vigente hoy no sólo en Estados Unidos, sino también incluso en muchas otras parte del mundo, incluido nuestro país. Por un lado denunciamos actitudes; por otro las realizamos. Cohartamos nuestra libertad con ideas artificiales y absurdas. Por eso, el protagonista de Forastero en Tierra extraña, Mike, quiere situarse por encima de ese juego que no entiende, quiere ser un individuo único, moralmente sano.


Desde esta perspectiva, se puede entender la comparación que se establece en la novela entre Smith y Jesucristo, pues lo que pretende el Hombre de Marte puede entenderse como una alegoría revisionista de la historia del personaje de Jesús de Nazaret tal y como aparece no sólo en los evangelios oficiales, sino también en los apócrifos. En palabras de uno de los seguidores fieles de Smith, uno que, anteriormente a la afiliación al culto de Mike, fue judío: “Jesús no intentó tenerlo todo terminado para el miércoles próximo. Fue paciente. Estableció una sólida organización y la dejó crecer. Mike también es paciente. La paciencia tiene tanta parte de disciplina que ni siquiera es paciencia; es algo automática” (812).


Pero otro tipo de críticas aparecen en Forastero en tierra extraña. Ya se ha indicado que la novela está plagada de conversaciones, especialmente entre el viejo Harshaw y Mike, pero también el sabio anciano y otros personajes, sobre muchas cuestiones. En numerosas ocasiones, es fácil percibir la voz del propio Heinlein escondida tras la de Harshaw. Por ejemplo, se pueden observar las consideraciones literarias del escritor estadounidense: “Las mejores obras rinden dividendos cuando ya no puede cobrarlos el que las ha creado” (758). Además, el propio personaje de Harshaw es escritor de novelas populares que firma con múltiples seudónimos, lo que ayuda más a la identificación aquí propuesta. Otro posible caso que corrobora esta afirmación aparece en un momento, donde Harshaw indica los motivos que le han llevado hacia la creación literaria, la cual concibe como una escritura subordinada a los gustos del gran público y con el fin de obtener ganancias económicas, y sin la pretensión de grandes adornos ni experimentalismos ni pretensiones elevadas, es decir, no se plantea una literatura que hable de sí misma, sino una paraliteratura.


Aunque, también deben ser destacada una conversación sobre arte, que mantiene Harshaw con el periodista Ben mientras examinan la colección personal del anciano millonario (652-656), con estatuas principalmente de Rodín como «La belle Heaulumière» o «la Cariátide caída bajo el peso de su piedra». Allí se desprenden interpretaciones artísticas interesantes sobre las figuras del escultor francés, horripilantes en un primer momento, pero poéticas en el fondo.


Sin embargo, preguntábamos, ¿es tan progresista Heinlein? Toda la exposición realizada hasta ahora parece indicar que sí, aunque si nos adentramos en cuestiones más propiamente literarias, puede que la respuesta no siga siendo la misma. En primer lugar, el escritor estadounidense repite el modelo tríptico de personajes tan presente en muchas de sus obras: protagonista, ahora el Hombre de Marte, Valentin Michael Smith; el hombre sabio, Jubal Harshaw; y la chica, la enfermera Gilliam Board­man. La repetición del tríptico puede entenderse como la utilización de fórmula establecidas de creación literaria propia de un autor criado en la literatura popular y las revistas pulp.


En segundo lugar, sus personajes femeninos no sólo continúan siendo secundarios, sino que nunca adquieren relevancia por encima de los hombres, a no ser que los personajes masculinos hayan quedado temporalmente incapacitados. Nunca sus personajes femeninos toman posiciones de mando por encima de un hombre, tal y como se observa en la estructura jerárquica de la Iglesia formada por el Hombre de Marte. La mayoría de ellas siempre considera como metas vitales el matrimonio o los hijos. En el caso de que aparezcan insertas en el mundo laboral, los trabajos que desempeñan son preminentemente femeninos, y casi esa cualidad parece castigarlas a una soltería perpétua, puesto que, si se casan, dejan de trabajar: Jill es enfermera y Jubal se rodea de tres secretarias -Dorcas, Miriam y Anne- que también son sus cuidadoras, sirvientas y cocineras. Además de estos casos, muchas veces, cuando se le hace un pregunta a un personaje femenino que requiere algún tipo de deducción o pensamiento abstracto, antes de que conteste, se le dice “no se rebane los sesos”, y después se le explica la respuesta, igual que a los niños. Además, las mujeres deben ser piropeadas por sus cualidades físicas, siempre sobresalientes por encima de cualquier otra de sus características como personas. “Para ser mujer, eres extraordinariamente brillante” (60). E incluso puedo añadir que ni los homosexuales quedan ajenos a esta cosmovisión, dado que la voz narradora los tilda como invertidos en más de una ocasión.


Además, este tradicionaismo en la concepción literaria de Heinlein también se observa al analizar cualidades estilísticas: coincidencia de orden cronológico casi absoluta de historia y fábula, es decir, no hay un desorden entre los acontecimientos narrador y la forma de contarlos. Sólo discrepan en la parte cuarta donde se alterna la voz de Ben y la voz del narrador contando lo que le había pasado al periodista cuando fue a visitar la iglesia de Smith, para mi juicio, una de los momentos de mayor juego con las voces narrativas.


También destaca la escasa frecuencia de descripciones, y las que aparecen pausan del todo el ritmo del discurso. Siempre hay una colosal cantidad de diálogos -casi parece una novela dialogada, y con ellos se realiza el avance de la trama. Por lo tanto, preferencia por un ritmo narrativo de escena, que se refiere a un tipo de ritmo narrativo donde coinciden la duración de la historia y la del discurso. Por su parte, la voz narradora también es muy tradicional -heterodiegética y extradiegética, de focalización cero-, comúnmente llamado narrador omnisciente. Además, tanto diálogo relega a un segundo plano esa voz narradora. Ello favorece que los personajes hablen por sí mismos. Pero lo que sucede es que muchas veces incluso de confunden las voces personales de los personajes, por ejemplo, Ben llama a Gill con muchos apodos cariñosos -aunque siempre referidos al físico femenino-, como pies “pies bonito” (83), algunos de los cuales aparecen después en boca de Harshaw.


Claro, ahora pensarán: Heinlein es un autor de la Edad Dorada, no de la New Wave, no se le pueden pedir peras al olmo. Tendrán razón, pues al igual que sus compañeros de generación, muchos pecan de escasa “literariedad” -como lo entendían los formalistas rusos-, pero desarrollaron tramas muy inteligentes, como los juegos lógicos de los relatos de Asimov, especialmente lo referentes a las tres leyes de la robótica que él mismo planteó en Yo, Robot (I, Robot, 1950). No niego haber disfrutado con la lectura de esta obra de Robert Anson Heinlein -incluso mucho más que con las que leí anteriormente de él-, pero sólo plasmo aquí una opinión argumentada, la opinión de un filólogo tras una primera lectura. Otro tendrán otras, puede que incluso mejor argumentadas. Sobre gustos no hay nada escrito. Les invito a expresarlas y a mantener viva una obra de tan rico contenido como Forastero en tierra extraña.


[Imágenes tomadas de:
http://rescepto.wordpress.com/2010/05/14/forastero-en-tierra-extrana/
http://www.umbella.com/heinlein/libros/hisparah_siasl_61.html]

1 comentario:

Rfog dijo...

Si quieres una visión Heinleninana más profunda sobre la mujer (y el concepto de familia), tienes "Viernes", "Tiempo para amar" y "El número de la bestia".

Quizás por ser posteriores son mucho más modernas.