miércoles, 24 de abril de 2013

La economía, la política, y el cuarto poder


Spinrad, Norman (1969)
Incordie a Jack Barron (Bug Jack Barron).
Traducción de Gádor Soriano.
Madrid: Factoría de ideas, 2004.

Comentábamos en la entrada anterior en este blog cuáles fueron las dificultades que sufrió Norman Spinrad para ver publicada su novela Incordie a Jack Barron (1969). En esta ocasión, un análisis de sus características pueden demostrar los motivos que provocaron ese hecho. No obstante, al margen de la polémica que suscitó, la novelaposee muchos alicientes que siguen provocando que su lectura resulte atractiva, actual y recomendada para cualquier aficionado de la ciencia ficción.

A modo de sinopsis, Jack Barron es un presentador, un hombre mediático que posee un programa crítico donde, a partir de los problemas que algún oyente cuenta en escena, se convierte en la voz de los desvalidos para lanzarse en una justa contra los poderes establecidos. Sin embargo, se trata de un espectáculo, una parte del juego en el que dominan los poderes contra los que intenta rebelarse, y como tal siempre mantiene una estrategia de ataque y elogio donde Barron, en su ambigua postura, nunca llega a decantarse por ninguno de los involucrados. Sin duda, un tipo de programa que se conecta con los existentes en los comienzos de la historia de la televisión, como el caso del periodista Edward R. Murrow, quien desde la CBS decidió enfrentar al senador McCarthy hasta conseguir su caída.

Aún así, Barron sí tiene una fijación, un antagonista, Benedict Howard, un magnate dueño de la Fundación para la Inmortalidad, una institución que mantiene la patente sobre la criogenización humana y donde se investiga cómo hacer al hombre inmortal. Esta organización, con Howards a la cabeza, ha ido trepando como una enredadera por los entresijos del poder y pretende comprar a los políticos para sacar una ley que favorezca su labor económica. Planteados los dos antagonistas, aparece un tercer personaje que moverá la confrontación de ambos, como objeto codiciado, a la manera de títere en Howard, por el instinto sexual en Barron: Sara Westerfeld.

Este trío de personajes centrará la novela de tal forma que el narrador, aunque opta por una focalización interior, es decir, un punto de vista limitado a un personaje en cada momento, jamás planteará esta perspectiva desde el resto de personajes que aparecen en la obra. Spinrad se preocupa mucho más por la introspección en los protagonistas, estudiando su personalidad, que por el desarrollo de la trama, de ahí que el ritmo, en ocasiones, puede resultar lento. El narrador se inmiscuye en ellos, recurre incluso a la técnica del monólogo interior, presentada en ese caso con la diferencia gráfica de la cursiva, una técnica que con tanto éxito había realizado Joyce en Ulises (1922) y que tanto ha influido en la literatura posterior. Hay en la obra, de este modo, un juego interesante de voces donde el narrador va jugando constantemente con la distancia, acercándose y alejándose de sus personajes, siempre con la intención de revelar sus intimidades, de desnudarlos ante el lector.

El uso de este recurso revela, por parte de Spinrad, una intención de romper con tabúes, al reflejar el pensamiento de los personajes como es en realidad el de las personas normales. De este modo, al verbalizar sus pensamientos los hace palabras, y en ese proceso salen a la luz los más oscuros pensamientos de cada uno, de ahí que muchos de los pasajes en su día fueron tildados de obscenos, escabrosos y/o pornográficos. Al margen de esa cuestión, lo que interesa en este caso es comprobar a qué niveles presenta Spinrad el enfrentamiento entre estos dos modelos antagónicos y psicológicamente tan complejos como son Barron y Howards. Poder apreciar en sus múltiples discusiones y negociaciones lo que piensa, como mínimo, una de las partes, es decir, cómo sopesa sus posibilidades y establece estrategias, mientras va cubriendo con sus palabras el enfrentamiento, es uno de los rasgos más destacados de la novela. Con ello, se entiende que uno de los principales cuidados que tuvo Spinrad al escribir Incordie a Jack Barron fue el desarrollo de sus entes de ficción, tan humanos, tan llenos de contradicciones, miedos y esperanzas, y en su contraposición aparecen los largos diálogos de la novela que nos permiten conocer también a los personajes en otro nivel.

Por ello, lo curioso en esta novela es que el elemento que difiere de nuestra realidad, la idea de la inmortalidad, no es el pilar que sustenta la trama de Incordie a Jack Barron, sino que la inmortalidad se convierte sólo en artificio ficticio para relacionar sobre otras cuestiones que más preocupan a Spinrad, como las relaciones del poder, la economía y la política. Desde esta perspectiva, sucede algo similar a La máquina del tiempo (1895), de Wells, donde la invención no es el elemento central de la novela, sino un artificio literario para justifcar el viaje al futuro y presentar otra reflexión: la evolución social de los Eloi y Morlock como representantes de la burguesía y del proletariado, clases sociales contemporáneas a la época del escritor inglés.

Por esta razón, en la trama de Incordie a Jack Barron se describe la complicada red del poder, llena de intereses personales y económicos, donde cada jugador lanza su mejor baza. Por ello, junto al trío mencionado, aparece un extenso elenco de personajes que constituirán otra de las piezas de este magno ajedrez planteado en la novela. Se trata de un juego donde el dinero mueve las piezas, donde el objetivo lo determina el poder de unas facciones sobre otras y donde se incluye otro elemento crítico, el racial, especialmente representado por el gobernador de Misisippi, Lukas Greene, amigo de Barron. Todo ello es producto de esta extrapolación que hace el autor sobre un futuro cercano, donde presenta una confrontación que podría perfectamente haberse ambientado en el momento histórico de la escritura de la novela.

Finalmente, queda mencionar la relevancia del lenguaje de la novela, el cual resulta crudo y realista. Spinrad, aunque la traducción no permita verlo, también personaliza a sus personajes en el habla, y construye formas dialectales que reproducían modos que se practicaban en la calle en el momento en las distintas ciudades de Estados Unidos que comparten espacios con la novela. Este detalle tampoco impide la presencia de un narrador con un estilo muy personal: Spinrad da rienda suelta a su maestría y puebla el discurso de imágenes muy personales e innovadoras que plantean otro modo de disfrute de Incordie a Jack Barrron.

Queda así probado que, al margen de todos los problemas que tuvo esta obra en su momento para ser publicada, Incordie a Jack Barron es una novela con otras muchas virtudes que en su momento fueron oscurecidas por las acusaciones de pornografía, inmoralidad y rebeldía política. Sus otros alicientes, más de carácter literario, pasaron desapercibidos. Ahora, con la óptica de la distancia que permite el tiempo, y asimilada ya la expansión de horizontes del género que realizaron los autores de la Nueva Ola, retomar la lectura de esta obra de Spinrad nos permitirá apreciar los diferentes elementos con los que está construida: la trama política, la compleja psicología de sus personajes, los niveles narrativos, la jerga dialectal o el estilo personal de Spinrad.

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